Monday, June 25, 2007

Poema. La Ofrenda.

Una gota de sangre cae en un cuerpo de agua.
No importa,
pronto se diluirá y pasará desapercibida.
El cabello le rozaba su frente,
pero sus pensamientos seguían con determinación
el rumbo ya planeado.
Otra gota cae,
ya la vida cambia su imagen ante sus ojos.

Rojo todo rojo,
sus ojos se acostumbraban a la calidez de ese color,
pero su alma seguia en la penumbra:
una sala de espera.
El futuro siempre tuvo el mismo lánguido color
de lo que se trata de palpar, pero que risueño se te escapa;
y a millones de años luz
alguien se tuvo que reir ante sus infructuosos intentos.
Pero la risa no existe en esta dimensión de color rojo.
Tampoco las lágrimas.
Solo el dulce adormecer de lo surreal se hacía notar,
y una explosión de insensibilidad
invadía su cuerpo ya abandonado.
Ella, su esencia,
gritaría luego cuando ya es muy tarde,
y las sirenas gritarán mudas ante sus oídos.
Pero al momento, solo le daba la bienvenida
a un extraño placer que abarcaba sus sentidos
cuyos estropeados recuerdos perduraban en el muelle de la esquina,
donde le plantearon un rotundo adiós.
El, un pescador de sueños; ella, la belleza dormida.
Dormida, porque es mejor que estar despierta,
pensó antes de tomar la desición.

Consultó poco antes el oráculo
para ver qué le decian.
Y el dios jeringuilla le susurró a escondidas
que el cálido néctar que corría por sus venas sería
una buena ofrenda.
Tan rápido como un amor de verano,
fué a dar con la navaja mesiánica que accesible le sonreía.
Te estuve esperando, le decía,
con la promesa de una salida.
Y ella la aceptó, ingrata de la sorpresa
que poco después le traería la vida.
Pero todo fue en vano;
tanto la criatura que desconocida habitaba en su vientre
como ella
recibieron prematuramente el amargo beso de la muerte,
malinterpretada mensajera del más allá.

¿Pero que le esperaría a la vuelta de la espina?
En contra de las manecillas del reloj, el tiempo transcurría.

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