Techo en dos aguas.

De la nada, quiero hablar de los tipos de gente que se arrastra o camina sobre nuestra tierra: la gente que me cae bien, y la que no. Usualmente no tiendo a juzgar, pero inevitablemente me atrevo a trazar concluciones de por que este tipo de personas, las que no me caen, no sobrevivirian en mi mundo figurado.

Para empezar, la ineptitud de vivir su vida intensamente. Digamos, pues, que se está acabando el mundo cada dia un poco más, y existen personas a pesar de esto, que simplemente no le importa, como si estuviesen exonerados de la condena de vivir en este plano existencial. Viven apenas reduciendose a las tareas y preocupaciones básicas y animalisticas: un trabajo seguro y estable, un techo sobre la cabeza en el que se pueda pasar los dias de monotonía y comida segura puesta en la mesa para cada vez que la “tripa apriete”. Esto es vivir mediocremente, de hecho esto es sobrevivir y no vivir. Esto es reducirse a llenar las expectativas para la superviviencia de una especie, la cual se regodea en un ecosistema que se rige por el más apto, fuerte o ambicioso (tema aparte). ¿Pero donde quedó la emoción, el drama, los sentimientos, la intensidad, las conversaciones profundas y con sentido? Hay una estrecha diferencia entre este tipo de persona y un robot: que por sus venas corre sangre y no aceite. Es cierto que esta es una vida fácil, pacífica y simple (sin mencionar aburrida), pero más cierto es que es una vida en ignorancia y clandestinaje del peor, un clandestinaje en contra del conocimiento y la razón.

Te preguntarás, estimado lector inexistente (a menos de que si haya gente que lea toda esta diarrea escrita), que dado el hecho de que la mayoria de la población puertorriqueña se clasifica bajo esta suposición, ¿de quien hablo cuando me refiero a la gente que si me cae? Pues a los temerarios que piensan fuera de la cajita, de quienes se atreven a agarrar su vida por los cojones y decir que son humanos, espejos sin saberlo, en carne y hueso de su dios idealizado (otro tema aparte). Supongo que esas condenadas y mal-miradas aventuritas de cada dia, son la sazón para vivir verdaderamente. Y no, yo no juzgo a nadie.